Discursos e Intervenções

DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ EN EL ACTO CELEBRADO EN LA ESCALINATA DE LA UNIVERSIDAD DE LA HABANA HONRANDO A LOS MARTIRES DEL 13 DE MARZO, EL 13 DE MARZO DE 1965

Data: 

13/03/1965
Compañeros profesores y estudiantes universitarios y de los otros centros de enseñanza aquí presentes:

Se cumple hoy el VIII aniversario del 13 de Marzo y el VI aniversario de la conmemoración de esta fecha, el sexto acto conmemorando esta fecha que damos en esta escalinata universitaria. Se ha convertido en una tradición y se ha convertido en un ineludible deber de todos, de sus compañeros revolucionarios y de los estudiantes universitarios.

Con los años se han ido produciendo en el seno de la universidad determinados cambios, cambios que se reflejan en la composición de nuestros estudiantes. El primer año casi todos los que aquí se reunían habían sido compañeros de José Antonio Echevarría y compañeros de todos los que lucharon ese día y, muchos de ellos, participantes activos de la lucha de los estudiantes universitarios contra el régimen batistiano.

Al cabo de seis años muchos de aquellos estudiantes se han graduado, muchos están ya trabajando en distintos frentes de la Revolución. Y, naturalmente, las filas universitarias y la propia escalinata universitaria se nutre hoy de los compañeros y las compañeras más jóvenes que han ido engrosando las filas universitarias en estos años. Se observan muchos rostros jóvenes en la masa de los estudiantes aquí presentes.

Yo les decía a los compañeros: "me parecen muy jóvenes los estudiantes que integran la masa. ¿Son universitarios?" Y me decían que sí, que eran universitarios, excepto una parte que eran unos 2 000 estudiantes ejemplares de la enseñanza preuniversitaria y de enseñanza secundaria (DEL PUBLICO EXCLAMAN: "¡De los tecnológicos!"). ¿Pero ustedes no se consideran preuniversitarios? (EXCLAMACIONES DE: "¡Sí!") ¿Entonces de qué protestan? (RISAS.) y también que había muchos compañeros del Instituto Pedagógico aquí presentes.

El compañero Armando no dejó de aprovechar la oportunidad para expresar, con cierta ironía, que es que nosotros no nos damos cuenta de que ya no son los contemporáneos nuestros los que están aquí en la universidad. Y yo dije: "es verdad, desgraciadamente."

Aquí lo importante es, realmente, que nosotros no perdamos el espíritu juvenil y que los jóvenes no pierdan el espíritu revolucionario (APLAUSOS). Creo que ese es el punto donde debemos encontrarnos siempre, sin que importen las edades. Que no se vuelva el recuerdo de las luchas de nuestro pueblo algo académico, que no se vuelva algo así como una historia fría. Por otro lado, de ninguna forma ha cesado la continuidad de la lucha; por otra parte, estamos muy lejos de poder decir que la lucha revolucionaria de nuestro pueblo ha cesado, estamos muy lejos de poder decir que a nuestra juventud no le queden tareas y esfuerzos grandes.

Es por eso que ese vínculo hondo, entrañable, entre las primeras oleadas revolucionarias y las segundas oleadas revolucionarias y cada nueva oleada revolucionaria no se pierde. Cada día como el 13 de Marzo significa un día cumbre, un día luminoso en la vida de nuestro país. Recordamos esas fechas para redoblar el ímpetu, para redoblar la lucha.

Pero la historia de un país, las victorias de un país, los avances de un país se escriben cada día, se escriben en el esfuerzo y en el trabajo diario, se escriben no solo con el heroísmo de un día, sino con el heroísmo de todos los días; no con el deber que se cumple un día de modo singular, sino con el deber que se cumple todos los días.

Hoy la historia de nuestro país se escribe en los campos de caña, en las fábricas, en los centros de estudio, en el trabajo tesonero y abnegado, y muchas veces anónimo, de miles, de decenas de miles, de cientos de miles de hombres y mujeres de nuestro pueblo. La escriben los maestros que enseñan en las montañas; la escriben los médicos que salvan vidas en los lugares más apartados del país; la escriben los campesinos trabajando en los lugares más abruptos, donde no llegan apenas las más elementales comodidades de la civilización; la escriben los soldados, que en los puntos de peligro o frente al enemigo montan guardia para defender a su Revolución; la escriben los obreros de los centrales azucareros produciendo millones de toneladas de azúcar; la escriben los cientos de miles de hombres de la ciudad y del campo que, machetazo tras machetazo, gota de sudor tras gota de sudor, van cortando la caña con la que se producen las toneladas de azúcar que proclamamos todos los cubanos con orgullo como victorias de nuestra economía.

Se escribe la historia hoy en el estudio, en las aulas, en las horas largas que dedicamos a analizar algo, a investigar algo, a comprender algo, a aprender algo, a desentrañar algo; se escribe hoy la historia de nuestra patria con el trabajo tenaz y arduo y con la disposición siempre presente, siempre invariable, de defender ese trabajo, de defender los frutos de ese trabajo.

Por tanto, la historia de nuestro país se escribe hoy, se continúa escribiendo, y aun se continuará escribiendo durante mucho tiempo. Y ningún joven tendrá que sentir la nostalgia de no haber tenido más años cuando esta lucha comenzó; ningún joven tendrá que sentir la nostalgia, ni albergar la idea de que llegará tarde en esta lucha.

Recuerdo los primeros días de la victoria de la Revolución; recuerdo que muchos hombres y mujeres del pueblo saludaban con extraordinario entusiasmo a los combatientes rebeldes. Quizás allí entre los que aclamaban a las columnas victoriosas del Ejército Rebelde sin duda que se encontraban muchos de los obreros que algunos meses más tarde, descargando un barco de armas, perecieron en aquella espantosa explosión consecuencia de un sabotaje enemigo. En las filas del pueblo se encontraban muchos de los que después cayeron combatiendo a los mercenarios de Playa Girón; en las filas del pueblo se encontraban, seguramente, jóvenes como Manuel Ascunce, jóvenes como Delfín Sen, jóvenes como Conrado Benítez (APLAUSOS), que después, cuando estaban entregados a la noble y humana tarea de enseñar a nuestros campesinos, perdieron su vida vilmente asesinados por las bandas contrarrevolucionarias.

En las filas del pueblo estaban los hombres que en innumerables actos de heroísmo y de sacrificio han defendido a la Revolución en muy distintos frentes y han sacrificado sus vidas; en las filas del pueblo se encontraban muchos héroes, muchos mártires, que han hecho posible los triunfos y los éxitos de la Revolución, que han hecho posible la supervivencia de la Revolución, la resistencia de la Revolución frente a sus enemigos.

Y la Revolución tiene mucho que hacer todavía, la Revolución tiene mucho que luchar todavía. La Revolución tiene enemigos poderosos, principalmente tiene un enemigo poderoso: el imperialismo yanki. Ese enemigo nos amenaza y nos amenazará durante mucho tiempo. Ese enemigo no se resignará fácilmente —aunque no le quede otro remedio— a los éxitos revolucionarios de nuestro pueblo. Ese enemigo, no aquí, a miles de kilómetros de aquí, ataca a otros pueblos, como lo hace criminalmente contra el pueblo de Viet Nam del Norte y el pueblo revolucionario también de Viet Nam del Sur (APLAUSOS). Ese enemigo interviene en el Congo; ese enemigo envía sus barcos, sus "marines" y sus aviones a cualquier rincón del mundo; ese enemigo se aprovecha de las divisiones de los revolucionarios, se aprovecha de las divisiones lamentables que existen en el campo socialista. Desgraciadamente, ellos calculan, analizan y aprovechan todo lo que pueda debilitar el frente revolucionario.

Es decir, que existen circunstancias que entrañan para los pueblos —como el pueblo nuestro u otros pueblos en otras partes del mundo que luchan por su independencia, que luchan por su libertad—, circunstancias que entrañan peligros para todos nosotros. Los peligros, pues, no faltarán.

Sobre estos problemas que se relacionan con las divisiones y las discordias en el campo socialista —y sobre las cuales no me voy a extender hoy—, sobre las cuales no sabemos siquiera cuándo tengamos que hablar a fondo, porque el problema no es hablar por hablar (APLAUSOS), el problema es hablar por algo y para algo; ya el problema es hablar cuando de hablar, o de decir, o de expresar se puede derivar algo positivo y útil y no algo únicamente positivo y útil para el imperialismo y para los enemigos de los pueblos (APLAUSOS).

¡Ojalá no nos tengamos que ver en esas amargas necesidades, porque en materia de hablar se ha hablado bastante y se ha hablado un buen poco más de la cuenta! (APLAUSOS.) ¡En materia de discordia, desgraciadamente ha habido bastante y un buen poco más de lo necesario, y un buen poco más de lo conveniente a los intereses de los pueblos y desgraciadamente, útil a los intereses de los enemigos de los pueblos!

Pero nosotros, países pequeños, que no nos asentamos en la fuerza de ejércitos de millones de hombres, que no nos asentamos en la fuerza de un poderío atómico; nosotros, países pequeños —como Viet Nam y como Cuba—, tenemos suficiente instinto para ver con serenidad y para comprender que a nadie más que a nosotros, en situaciones especiales —a 90 millas aquí del imperio yanki, atacados allá por los aviones yankis— nos afectan estas divisiones y estas discordias, que debilitan la fuerza del campo socialista (APLAUSOS).

No es cuestión de analizar aquí, en el campo de la teoría, en el campo de la filosofía, las cuestiones en litigio, sino tener en cuenta la gran verdad: que frente a un enemigo que ataca, frente a un enemigo cada vez más agresivo, la división no tiene ninguna razón de ser, la división no tiene ningún sentido (APLAUSOS), la división no tiene ninguna razón. Y en cualquier época de la historia, en cualquier período de la humanidad, desde que surgió el primer revolucionario en el mundo, desde que las revoluciones se hacían como fenómenos sociales en que las masas actuaban instintivamente, hasta que las revoluciones se hicieron conscientes, se hicieron tareas y fenómenos plenamente comprendidos por los pueblos —que tiene lugar cuando el marxismo surge—, la división frente al enemigo no fue nunca estrategia correcta, no fue nunca estrategia revolucionaria, no fue nunca estrategia inteligente.

Y todos nosotros en este proceso revolucionario nos hemos educado, desde el principio, en la idea de que todo lo que dividía debilitaba, de que todo lo que desunía era malo para nuestro pueblo y bueno para el imperialismo. Y las masas de nuestro pueblo comprendieron desde el primer momento la necesidad de la unidad, y la unidad se convirtió en una cuestión esencial para la Revolución, la unidad se convirtió en un clamor de las masas, la unidad se convirtió en una consigna de todo el pueblo. Y nosotros nos preguntamos si los imperialistas han desaparecido, nosotros nos preguntamos si los imperialistas no están atacando a Viet Nam del Norte, nosotros nos preguntamos si allí no están muriendo hombres y mujeres del pueblo (APLAUSOS).

¿Y a quién es al que le van a hacer comprender, a quién es al que le van a hacer creer que la división sea conveniente, que la división sea útil? ¿Es que acaso no se ve lo que avanzan allí los imperialistas? ¿Es que acaso no se ve la estrategia que allí siguen los imperialistas? ¿Acaso no se ve la táctica que allí siguen los imperialistas para aplastar el movimiento revolucionario en Viet Nam del Sur, atacando primero a Viet Nam del Norte con pretexto de represalias, arrogándose después el derecho a atacar cuando lo estimasen conveniente, y continuando con la utilización de masas de aviones contra los combatientes de Viet Nam del Sur?

¿Cuál es en estos instantes la situación? Pues los imperialistas hablando de bloquear con sus barcos, desembarcando sus infantes de marina en Viet Nam del Sur, enviando portaviones, y movilizando masas de aviones para aplastar el movimiento revolucionario en Viet Nam del Sur, para atacar con todos los medios de guerra disponibles a los guerrilleros en Viet Nam del Sur, mientras se reserva el derecho a atacar cuando mejor le parezca a Viet Nam del Norte, a llevar a cabo ese tipo de guerra aérea, sin sacrificio ninguno de su parte, bombardeando con cientos de aviones y luego tomándose el lujo de ir a rescatar en helicóptero a los pilotos de los aviones derribados. ¡Sin duda que los imperialistas quieren un tipo de lucha muy cómoda! ¡Sin duda que los imperialistas quieren un tipo de guerra con solamente pérdidas industriales!; es decir, "tantos aviones perdidos". ¡Sin duda que el pueblo de Viet Nam del Sur y el pueblo de Viet Nam del Norte sufren todo esto! Y lo sufren en sus propias carnes, porque son hombres y mujeres allí los que mueren, tanto en el Sur como en el Norte, víctimas de la metralla y víctimas de los bombardeos yankis.

Y no tienen la menor vacilación en declarar que se proponen seguir llevando a cabo todo aquello, porque ni siquiera los ataques de Viet Nam del Norte han tenido la virtualidad de superar las divisiones en el seno de la familia socialista. ¿Y quién puede dudar que esa división alienta a los imperialistas? ¿Quién puede dudar que un frente unido ante el enemigo imperialista los habría hecho vacilar, los habría hecho pensar más detenidamente antes de lanzar sus ataques aventureros y su intervención cada vez más descarada en aquella parte del mundo? ¿A alguien pueden convencer de eso? ¿Con qué argumento, con qué lógica? ¿Y quiénes son los beneficiados? ¡Los imperialistas! ¿Y quiénes son las víctimas? ¡Los vietnamitas! ¿Y quién sufre? ¡El prestigio del socialismo, el prestigio del movimiento comunista internacional, el movimiento revolucionario internacional! Y eso nos tiene que doler de veras, ¡porque para nosotros movimiento de liberación no es una palabra demagógica, sino una consigna que verdaderamente la hemos sentido siempre! (APLAUSOS.)

Porque nosotros somos un país pequeño que no aspiramos a convertirnos en el ombligo del mundo; porque nosotros somos un país pequeño que no aspiramos a convertirnos en centro revolucionario del mundo. Y cuando hablamos de estos problemas hablamos con absoluta sinceridad, y hablamos con absoluto desinterés, y hablamos los que no ganamos el poder con las armas en la mano; ¡hablamos en nombre de un pueblo que durante seis años ha resistido inquebrantablemente y sin vacilación alguna las acechanzas y las amenazas del imperialismo! (APLAUSOS); ¡hablamos en nombre de un pueblo que no vaciló en aras de la fortaleza del movimiento revolucionario, en aras de la fortaleza del campo socialista, y en aras de la firmeza y la determinación de defender la Revolución contra los imperialistas, no vaciló en arriesgar los peligros de la guerra termonuclear, del ataque nuclear contra nosotros, cuando en nuestro país y en nuestro territorio —con pleno y absoluto derecho del cual no hemos renegado, y en acto absolutamente legítimo del cual nunca nos arrepentiremos— estuvimos de acuerdo con la instalación de los proyectiles estratégicos termonucleares en nuestro territorio! (APLAUSOS.) Y creo que eso no es un secreto absolutamente para nadie.

Somos un país y un pueblo, en nombre del cual hablamos, que no recibe créditos yankis ni alimentos para la paz, y que no tenemos la menor relación con los imperialistas —es decir, que en materia de convicción y sinceridad revolucionarias no nos enseñó nadie, ¡que no nos enseñó nadie!, como nadie enseñó a nuestros libertadores de 1895, de 1868, el camino de la independencia y de la dignidad (APLAUSOS)—, el pueblo de la Primera y de la Segunda Declaración de La Habana, que no copiamos de ningún documento, sino que fue pura expresión del espíritu profundamente revolucionario y altamente internacionalista de nuestro pueblo.

Como ese ha sido el sentir y como ese ha sido el pensamiento de nuestra Revolución, demostrado en cuantas oportunidades ha sido necesario demostrarlo, y demostrado sin vacilaciones de ninguna clase, sin claudicaciones de ninguna índole y sin contradicciones de ningún tipo, es por lo que tenemos el derecho a preguntar —como se tienen que preguntar otros muchos pueblos— a quién benefician estas discordias, sino a nuestros enemigos.

Y desde luego que tenemos el pleno derecho, el pleno y absoluto derecho —que no creo que nadie se atreva a poner en tela de juicio— a proscribir de nuestro país y del seno de nuestro pueblo tales discordias y tales bizantinas batallas (APLAUSOS).

¡Y es conveniente que se sepa que aquí la propaganda la hace nuestro Partido! (APLAUSOS), ¡que aquí las orientaciones las traza nuestro Partido! (APLAUSOS), ¡que aquí eso es una cuestión que atañe a nuestra jurisdicción! Y que si no queremos que venga aquí la manzana de la discordia, porque no nos da la gana, ¡nadie nos puede traer de contrabando la manzana de la discordia! (APLAUSOS.) ¡Y que nuestros enemigos, nuestros enemigos, nuestros únicos enemigos, son los imperialistas yankis! (APLAUSOS); ¡nuestra única contradicción insuperable es con el imperialismo yanki! (APLAUSOS); ¡el único adversario contra el que estamos dispuestos a quebrar todas las lanzas es el imperialismo!

Y por lo demás, no entendemos ningún otro lenguaje, no entendemos el lenguaje de la división. Y, frente al caso concreto de un país socialista agredido por el imperialismo, como Viet Nam, nuestra posición es una. Y no lo hacemos, como tal vez piensen algunos —sobre todo como tal vez piensen los imperialistas—, por aquello de que "cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo"; porque, en realidad, como pensamos nosotros es que, cuando vemos las barbas del vecino arder, ¡nos entran deseos de ver ardiendo también nuestras barbas! (APLAUSOS.)

¡No somos gentes que nos asustamos ante esos acontecimientos, sino que más bien nos enardecemos! Y nuestra posición es una: ¡Somos partidarios de que se le dé al Viet Nam toda la ayuda que sea necesaria! (APLAUSOS), ¡somos partidarios de que esa ayuda sea en armas y en hombres! (APLAUSOS), ¡somos partidarios de que el campo socialista corra los riesgos que sean necesarios por Viet Nam! (EXCLAMACIONES DE: "¡Fidel, seguro, a los yankis dales duro!" Y "¡Cuba, Viet Nam, seguro vencerán!) (APLAUSOS PROLONGADOS.)

Nosotros estamos muy conscientes de que en caso de cualquier complicación internacional seria, seremos uno de los primeros blancos del imperialismo, pero eso no nos preocupa ni nos ha preocupado nunca; y no adoptamos la posición de callarnos la boca y hacernos los bobos para ver si nos perdonan la vida (APLAUSOS).

Esa es, con toda franqueza y con toda sinceridad, nuestra posición razonada, desapasionada, emanada del derecho a pensar, emanada del derecho a razonar y emanada de nuestro legitísimo e inviolable derecho a adoptar las medidas y a actuar en el sentido que creamos más justo y más revolucionario sin que nadie pretenda hacerse la ilusión de que pueda darnos clases de revolucionarios (APLAUSOS).

y espero que no se cometan los errores de subestimar, de ignorar la idiosincrasia de nuestro pueblo; porque, errores de ese tipo, cometió montones el imperialismo yanki, una de cuyas características era el desprecio para los demás, el desprecio y la subestimación para los pueblos pequeños. Y ese imperialismo cometió grandes y garrafales errores de subestimación respecto a nuestro pueblo revolucionario; lamentable sería que otros cometieran similares equivocaciones. Nuestra política sincera ha sido y es la de unir, ¡porque satélites de nadie somos ni seremos jamás! (APLAUSOS.) y en todo este problema hemos tenido una posición muy desapasionada, muy honesta y muy sincera. No son estos los tiempos de andar revolviendo papeles y archivos. Creo que mientras tengamos al imperialismo delante y atacando, sería ridículo ponernos aquí como en la fábula, a discutir si son galgos o si son podencos (APLAUSOS), si son de papel o son de hierro. Y los papeles y los archivos y los documentos, dejémoslos a la historia, y que sea la historia quien diga quién actuó bien o mal, quien diga quién tenía o no tenía la razón; que sea la historia quien revele todo lo que de cada cual pensó, todo lo que cada cual hizo, todo lo que cada cual dijo, pero que sea la historia. Porque resulta bochornoso andarnos sacando los "trapos sucios" ante los enemigos, y enemigos que están atacando, y que están atacando no a los más poderosos, sino a los más pequeños y a los más débiles (APLAUSOS).

Muchas cosas tenemos que hacer. Muchas y muy difíciles y muy duras tareas tenemos por delante; millones de toneladas de azúcar que cortar para derrotar al bloqueo imperialista, y no se cortan con papeles; se cortan con trabajo, se cortan con sudor, se cortan con machete.

Grandes son los peligros que nos acechan, pero no se combaten con las discordias bizantinas, charlatanería académica, ¡no! Se combaten con la firmeza revolucionaria, la entereza revolucionaria, la disposición a combatir. No se combate de manera efectiva al enemigo imperialista en cualquier parte del mundo con los revolucionarios divididos, con los revolucionarios insultándose, con los revolucionarios atacándose, sino con la unidad, con la cohesión en las filas revolucionarias. ¡Y a quienes no crean que esa sea táctica correcta para el movimiento comunista internacional, les decimos que para nosotros aquí, en nuestra pequeña isla, en nuestro territorio, en la primera trinchera, a 90 millas de los imperialistas, sí es la táctica correcta! (APLAUSOS.) y a esa manera de pensar ajustaremos nuestra línea y ajustaremos nuestra conducta.

Creo que honramos de manera digna a nuestros compañeros muertos, creo que honramos a los que han caído, desde el primero hasta el último, porque esta Revolución nació de la rebeldía de todo un pueblo, nació de la dignidad de todo un pueblo, nació del espíritu progresista y revolucionario de todo un pueblo; porque esta lucha, que hoy se enlaza y se entronca con la lucha de los demás pueblos del mundo contra el imperialismo, comenzó hace prácticamente un siglo, comenzó con los primeros hombres que se levantaron en armas contra el coloniaje y la explotación de nuestra patria. Y ha seguido ese curso, ha seguido esa línea, y esa línea jamás la ha abandonado nuestro pueblo, jamás la ha traicionado nuestro pueblo: ha seguido esa línea firme y clara. Ese es su espíritu, esa es su tradición.

Por el camino se han juntado todos los hombres dignos de esta tierra, en la larga lucha han muerto muchos hombres dignos de esta tierra. Los primeros no eran marxista-leninistas. Carlos Manuel de Céspedes no lo era, Martí no lo era, porque en la época en que vivió y en las condiciones históricas en que se desenvolvió su magnífica lucha no podía serIo. ¡Nosotros entonces habríamos sido como ellos, ellos hoy habrían sido como nosotros! (APLAUSOS), porque lo que determinó en cada época fue el espíritu revolucionario de nuestro pueblo, la tarea en cada momento de nuestro pueblo. Y lo que puede decirse es que, desde entonces hasta hoy, largo ha sido el camino, larga ha sido la evolución de nuestro pensamiento revolucionario, porque a principios de la segunda mitad del pasado siglo no eran en nuestra patria las tareas de la revolución proletaria las que estaban planteadas: la lucha por la independencia contra el poder colonial español.

Y surgimos a la vida a esa independencia cuando, por otra parte, surgía un poder mucho mayor y más temible: el imperialismo yanki. La lucha contra ese poder se convirtió en la gran tarea histórica de nuestro pueblo, se convirtió en la gran tarea de nuestro pueblo en este siglo alcanzar la independencia frente a ese poder, resistir sus agresiones, y mantener enhiesta la bandera de la revolución; se convirtió en la gran tarea de nuestro pueblo, coincidiendo con tareas similares de otros pueblos en este mismo continente y en Africa y en Asia y en Oceanía, y dondequiera que los pueblos luchan, cada vez más decididamente, contra el colonialismo y contra el imperialismo.

Ha sido un solo camino, ha sido una sola línea revolucionaria siempre. Por ese camino, por esa línea, han transitado muchos héroes, muchos patriotas, muchos mártires. Y los que han llevado adelante esa bandera, los que han seguido esa línea, representan la voluntad de todos, están obligados no solo con las generaciones presentes y futuras, sino también con las generaciones pasadas que lucharon.

Y así, un día como hoy, cuando recordamos a los que han muerto, pensamos que solo hay un sentido, solo hay, en esencia, una idea absolutamente consoladora, absolutamente compensadora, y es que los hombres que han caído, los hombres que han muerto, no han muerto en vano.

Otras veces, en otras épocas, desde esta misma escalinata, se evocaba el recuerdo de los muertos pero con tristeza, con dolor, con desesperación, bajo la insoportable idea de que aun aquellos sacrificios no habían fructificado. Cuando en una época como esta, en circunstancias como estas, un día como hoy, recordamos a aquellos compañeros, simbolizados todos en el nombre de José Antonio Echevarría, tenemos con nosotros la consoladora idea, la tranquilidad y la satisfacción de que su sacrificio no fue vano. Y que en el progreso de nuestra Revolución, en la marcha ascendente de nuestro pueblo en el camino de la historia, en el camino del pensamiento revolucionario, en el camino de la extraordinaria evolución de nuestras ideas, toman cuerpo y alma los hombres que lucharon por esto, los hombres que se sacrificaron para esto.

y ustedes, los jóvenes de hoy, han de sentirse como los seguidores de aquellos hombres, como los abanderados de aquellos hombres, los que han tomado su estandarte, los que siguen avanzando, los que siguen marchando hacia adelante por el camino ascendente de nuestro pueblo, por la historia gloriosa de nuestra patria.

Ustedes son las nuevas oleadas revolucionarias, ¡y estamos seguros de que sabrán serIas, y que serán dignos abanderados de José Antonio Echevarría y sus compañeros!

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

(OVACION)
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