De la dispersión al rencuentro
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Desde el cañaveral hacia el cual se ha replegado, Fidel imparte órdenes a los combatientes que se retiran del combate en Alegría de Pío. A su lado está Universo Sánchez. Los dos siguen disparando contra los soldados. Llega junto a ellos Juan Manuel Márquez. “Fidel —le dice a gritos entre el ruido ensordecedor de los disparos—, ya se fue todo el mundo. Hay que retirarse porque te van a coger vivo”. Pablo Díaz se les incorpora y casi inmediatamente se separa para continuar disparando desde una mejor posición.
Las balas silban alrededor de los tres hombres. El cañaveral no ofrece protección alguna. Juan Manuel insiste. Comienzan a retirarse entre los surcos, en dirección general hacia el este. Avanzan a saltos, de tramo en tramo, más o menos veinticinco metros cada vez. En una de estas etapas, Juan Manuel no llega. La caña es baja y rala. Resulta peligroso permanecer en ella. No obstante, Fidel ordena a Universo que vuelva atrás a buscar a Juan Manuel. Dos veces retrocede el combatiente sus pasos, pero Juan Manuel no aparece. En vista de ello, siguen adelante y pronto llegan a la guardarraya que separa el campo de caña de un pequeño pedazo de monte.
Deciden esperar la noche para cruzar, ya que suponen, con razón, que la zona está repleta de soldados. Los dos han conservado sus fusiles, Fidel con 100 balas y Universo con 40. Cuando ya está empezando a oscurecer ven venir por la guardarraya alguien que de lejos parece un soldado. “Tírale cuando esté bien cerca” —dice Fidel a Universo—. Este apunta su fusil de mira telescópica pero cuando la figura se aproxima se da cuenta de que se trata de Faustino Pérez. “¡Médico! ¡Médico!” —lo llaman en voz baja.
Después de auxiliar a Raúl Suárez, Faustino se había retirado hacia el cañaveral. El fuego graneado y la candela que han encendido los guardias le impiden recoger su mochila y su fusil. Cruza varios campos de caña sin encontrar un solo compañero. Finalmente, al atardecer sale a la guardarraya donde es descubierto por Fidel y Universo. Cruzan en la oscuridad y se internan en el montecito. Allí pasan la noche, durante la cual sienten el constante tránsito de guardias por la zona.
Al día siguiente, 6 de diciembre, discuten la mejor ruta a seguir y deciden volver a salir a los cañaverales. Cruzan algunos campos de caña nueva. Alrededor del mediodía son descubiertos por la aviación. Tratan de ocultarse en la manigua de un lote de caña en demolición. El avión ametralla a menos de cincuenta metros y se dan cuenta que no pueden permanecer allí. Después que ha pasado, corren unos cuantos metros hasta el cayo de caña más cercano y se cubren con la paja. El avión vuelve a pasar y ametralla exactamente el lugar que acaban de dejar. Un pase, otro y otro. Después de cada uno, se llaman a gritos para comprobar si todos siguen vivos.
Aprovechan un momento de calma para cambiar de escondite, como medida de mayor seguridad. Ahora se entierran en la paja a unos cincuenta metros de distancia. Fidel lucha contra el sueño. No quiere que los guardias lo sorprendan dormido e indefenso. Al fin lo vence el agotamiento, pero antes toma precauciones para que no puedan capturarlo vivo.
Al caer la noche, avanzan hacia el este hasta un cañaveral más crecido y de nuevo se esconden en la paja. Los soldados siguen rondando por la zona. Cuando se desplazan, siempre de noche, los expedicionarios lo hacen en fila y Universo ocupa generalmente la vanguardia. El cruce de las guardarrayas se realiza con extremas precauciones. Durante cinco días van moviéndose lentamente dentro del cañaveral, siempre en dirección general al este, hacia la Sierra.
Se alimentan de la caña y calman a medias la sed con el rocío de las hojas. Durante el día, los abrasa el sol implacable. De noche, por el contrario, el frío y la humedad les calan el cuerpo.
A menudo sienten disparos y ráfagas de ametralladoras. Es posible que algunas de estas ráfagas hayan sido las que asesinaron a los expedicionarios René Bedia y Eduardo Reyes Canto en Pozo Empalado, el día 8 por la noche. Muy cerca de donde se encuentran es detenido el día 6 el expedicionario Mario Fuentes, y muy cerca también, en el monte, están escondidos Raúl y su grupo, que siguen una ruta paralela a pocos cientos de metros.
El 11 de diciembre salen momentáneamente de la caña y pasan entre dos casas ocupadas por soldados. Han rebasado la zona de mayor peligro, y marchan ya cubriendo más distancia en cada jornada. La silueta de la Sierra les sirve como punto de referencia y acicate. Esa misma noche llegan al Alto de la Conveniencia y bajan cerca de la casa de Daniel Hidalgo y Cota Coello. Como medida de precaución, pasan la noche y parte del día siguiente observando la casa con las mirillas de los dos fusiles que cuentan, bajo un fuerte aguacero.
A las 4:00 de la tarde del día 12, Fidel ordena a Faustino que baje hasta la casa a buscar información, y le dice que pida comida para veinte o veinticinco hombres a fin de desorientar con relación al tamaño del grupo expedicionario. Al poco rato ya están reunidos de nuevo en la vivienda. Por la noche salen con un guía que los lleva, atravesando el arroyo Maicito, el río Toro y el camino de Las Guásimas, y subiendo por la loma del Copal, hasta la loma de la Yerba.
Han hecho contacto con la red del Movimiento. De este punto bajan hasta la casa de los hermanos Rubén y Walterio Tejeda. Allí comen y permanecen unas horas. Rubén Tejeda y Eustiquio Cañete los conducen luego hasta la casa de Enrique Verdecia, en El Plátano, y ese mismo día siguen adelante hasta la finca de Marcial Areviches, a orillas del arroyo Limoncito. Alrededor del mediodía del día 13. Universo detecta a un campesino que se acerca al lugar donde están acampados los expedicionarios. Va a su encuentro, le da el alto y registra el cubo que trae. Es Adrián García, el padre de Guillermo, que se ha enterado que hay expedicionarios en la zona y les trae arroz con guanajo, pan, leche y café.
Aunque Fidel se ha presentado con otro nombre, a las pocas horas se ha corrido la voz de que está vivo y en la zona. Esa misma tarde aparecen unos veinte jóvenes del lugar que vienen dispuestos a unirse a él. Fidel les promete aceptarlos cuando la tropa esté reagrupada y organizada.
Guillermo García los encuentra en la finca de Areviches a la 1:00 de la madrugada del día 14. Fidel quiere cruzar de inmediato la carretera de Pilón a Niquero, donde el Ejército ha tendido su cerco principal. Guillermo aconseja esperar, ya que él tiene informaciones de que los guardias levantarán el cerco al día siguiente.
Guillermo García e Ignacio y Baurel Pérez —hijo y sobrino de Crescencio respectivamente— acompañan a los tres expedicionarios. Pasan por la finca La Emilia, de Pablo Pérez, en La Manteca, y llegan a Sevilla Arriba, donde se esconden en el cuartón Ojo de Agua, de Eduviges Pérez, en espera de la oportunidad para cruzar la carretera de Pilón.
A las 8:00 de la noche del día 15 reinician la marcha. De nuevo los acompañan los tres guías del día anterior. Cruzan la carretera de Pilón por una alcantarilla, entre las casas de René Sánchez y Genaro Montán y cerca de la casa de un hermano de Crescencio. Caminan sin descanso toda la noche: cuarenta kilómetros cuesta arriba y cuesta abajo, atravesando riachuelos, montes, potreros y sembrados. Pasan por Las Cajas y suben a la cima de la loma de la Nigua. Once horas después de haber partido de Ojo de Agua, a las 7:00 de la mañana del 16 de diciembre, llegan a la finca de Mongo Pérez, hermano de Crescencio, en Purial de Vicana.
En línea recta hacia la Sierra (Grupo de Raúl)
Los combatientes Ciro Redondo, René Rodríguez, Efigenio Ameijeiras, César Gómez y Armando Rodríguez, siguen a Raúl Castro en la retirada de Alegría de Pío. Ellos han conservado sus armas. Rápidamente atraviesan dos cañaverales en dirección sur, hasta que llegan al monte. Tornan al este y avanzan hasta la caída de la noche.
Al día siguiente, la aviación ametralla y bombardea constantemente la zona. Aunque dentro del monte, los combatientes se han mantenido cerca de los campos de caña, con la intención de proveerse del único alimento seguro por todos los alrededores. Han decidido resistir el hambre y la sed dentro del monte en espera de que la aviación cese el hostigamiento y el Ejército levante el estrecho cerco que seguramente ha tendido después del combate. Sienten el constante movimiento de las tropas y los disparos y descargas en la zona, pero mantienen un pequeño campamento con todas las precauciones posibles.
El día 8 creen encontrarse cerca de una casa. Han escuchado ladridos de perros y cantos de gallos. Deciden acercarse a observar y, de ser posible, obtener información. Se sienten débiles por el prolongado ayuno, el cansancio de la marcha por terreno tan difícil y la falta de sueño. Pero no llevan a cabo el plan porque sienten algunos disparos en esa dirección, acompañados por ruido de camiones. Esa misma noche escuchan a lo lejos un nutrido tiroteo. Puede haber sido la emboscada donde caen René Bedia y Eduardo Reyes Canto. Finalmente, el día 10 deciden abandonar la monotonía sedentaria del bosque y comienzan a avanzar hacia el este, siempre por dentro del monte, eludiendo los caminos y tomando todas las medidas para evitar ser vistos.
El día 11 han alcanzado las altas terrazas cercanas al río Toro. Pueden divisar el mar en la lejanía, entre las ramas de los árboles, y en una ocasión ven pasar un guardacostas. Ya en esta zona las estancias son más numerosas dentro del monte. Cruzan sembrados de plátanos, yuca y maíz, pero aún no han tropezado con vivienda alguna. A media mañana llegan a un bohío. Raúl y Ciro se aproximan con cautela. Escuchan muchas voces. Es, al parecer, un campamento de soldados, por lo que se retiran nuevamente.
César Gómez no quiere seguir adelante. Los demás le advierten que si se queda allí pueden matarlo, pero insiste. En vista de ello, siguen la marcha después de recoger el fusil del que se queda. Gómez es capturado esa misma noche o al día siguiente.
Al mediodía del propio 11 de diciembre, sin haber salido del monte en estos seis días de hambre, sed y fatiga, los expedicionarios alcanzan el borde de las alturas sobre el Toro. Divisan al fin, a lo lejos, la airosa majestad de la Sierra Maestra, la ansiada meta del grupo. Siguen avanzando hasta que llegan a la loma del Blanquizal. Comienzan a bajar el farallón. Raúl se adelanta. Cuando va llegando abajo ve que René Rodríguez hace señas que regrese. Han encontrada al expedicionario Ernesto Fernández oculto en una herida de la roca. Ha sido una suerte, pues Ernesto les informa que poco más abajo está tendida una emboscada de los guardias.
Se quedan esa noche junto a Ernesto. Alrededor de las 10:00 de la mañana del día siguiente llegan al lugar Baldomero Cedefie con otro campesino. Traen desayuno para el combatiente que tienen escondido. Al conocer la presencia de cinco nuevos expedicionarios, regresan por la tarde con almuerzo y agua suficientes para todos.
El día 13 se trasladan a un ojo de agua que está algo más arriba en la falda del acantilado. Los campesinos siguen atendiéndolos. Ese día limpian sus armas con luz brillante y aceite de higuereta. Por la noche llueve fuerte y protegen los fusiles con los pocos sacos de que disponen. Los aviones pasan regando volantes acerca de las garantías que se ofrecen a los combatientes que se entreguen. El grupo ha decidido continuar la marcha hacia la Sierra y pide que se le consiga un práctico. El estado de salud de Ernesto Fernández no permite que los acompañe. Ya los campesinos han traído la noticia de que Fidel está vivo y en camino hacia la Sierra.
En vista de que el guía no aparece, deciden salir solos en la noche del 14. Atraviesan el río Toro y suben la loma del Muerto. Evitan pasar cerca de Las Guásimas, pues los campesinos han informado la presencia de una tropa en el lugar. Avanzan solo de noche y con todas las precauciones necesarias. El día 15 llegan a la casa de Julián Morales. Caminan otro trecho hacia adelante hasta la bodega de Luis Cedeño, donde compran unos víveres. Regresan luego a casa de Morales. La espantosa miseria de los campesinos de la zona es evidente. Raúl deja a ambos cartas de agradecimiento por la atención que han ofrecido al grupo.
Al amanecer del día 16 acampan en La Manteca, después de haber pasado por la casa de Ramón Coello. Escuchan un tiroteo. Armando Rodríguez sale a tratar de precisar la procedencia de disparos. Deciden reemprender la marcha. El día anterior un campesino los ha tornado por guardias rurales, y aprovechan el equívoco para poder avanzar con más seguridad en esta necesaria caminata diurna. Prosiguen todo el día sin detenerse, eludiendo en lo posible el contacto con los campesinos. Durante esta jornada ocultan el fusil sobrante y preparan un croquis del lugar, que posteriormente permite localizarlo.
Por fin, en la tarde del propio día 16, después de una agotadora y difícil marcha a través de las montañas, llegan a la carretera de Pilón. Esa noche la atraviesan dos veces, por lo que creen que han vuelto a cruzar en sentido contrario. Lo que ocurre es que en ese lugar la carretera describe una S entre las montañas.
El día 17 atraviesan la vía por última vez y llegan por la noche a la casa de Joel Hidalgo. Este campesino es yerno de Mongo Pérez, y les da orientaciones precisas acerca de la forma de subir a Purial de Vicana. Prosiguen la marcha. En La Aguadita son atendidos por Santiago Guerra. Raúl conversa con el campesino sobre la reforma agraria y las posibles medidas para poner fin a la explotación del campesinado, y le deja un documento en testimonio de su cooperación, firmado con el seudónimo de Luar Trosca. En la madrugada del 18 llegan a una vaquería situada en la finca de los Cardero. Juan Rodríguez está ordeñando y les brinda leche.
Un poco más adelante está la casa de Hermes Cardero. Raúl se presenta al campesino y le entrega como identificación su licencia de conducción mexicana. Cardero esconde a los expedicionarios en un cafetal cercano a la casa y envía un recado a Mongo Pérez, en cuya finca está Fidel desde el día 16. Por la tarde Primitivo y Omar Pérez, dos enlaces, vienen a confirmar la identidad del recién llegado. Interrogan a Raúl con los datos que les ha suministrado Fidel, y comprueban efectivamente que se trata de él. Le informan entonces que esa noche vendrán de nuevo a buscarlo para llevarlo adonde está Fidel.
Los campesinos regresan alrededor de las 9:00 de la noche. Raúl y los demás combatientes emprenden la corta caminata hasta la finca de Mongo Pérez. En el lugar conocido como Cinco Palmas, en Purial de Vicana, se produce el emocionado encuentro, cuya significación para el desarrollo ulterior de la lucha que se inicia no escapa a ninguno de los presentes.
¡Y nadie los vio! (Grupo de Almeida)
El grupo de expedicionarios se repliega por el monte. Se sienten descargas aisladas. Todos conservan sus armas. Juan Almeida, Ernesto Guevara, Ramiro Valdés, Rafael Chao y Reynaldo Benítez han logrado reunirse después de la dispersión de Alegría de Pío. Su objetivo es llegar a la Sierra, pero no saben qué sendero tomar. Cuando la noche cae a plomo están exhaustos.
El día 6 continúan hacia el sureste por una zona de diente de perro y de vegetación abundante. No hay agua ni alimentos. El Che va herido en el cuello. Después de caminar un rato deciden esconderse en una cueva para esperar la noche y poder caminar con mayor protección.
Al amanecer del día 7 salen al borde del acantilado a la altura de Punta Escalereta. Descubren que el mar se extiende delante de ellos y que, además, allá abajo, frente al imponente farallón, se divisan dos pequeñas lagunas de aguas verdes. Pensando que se trata de agua dulce, bajan por la vertical pared de piedra pero las lagunitas se les pierden. Por la noche bajan más aún y llegan a la costa. Se bañan en una poceta excavada en la roca. El agua los ayuda a refrescar los cuerpos fatigados.
Almeida y Che van delante escudriñando el terreno cuando descubren un ranchito junto a la orilla y unos hombres durmiendo. Almeida se acerca con su fusil para sorprender a los que supone son soldados. Pero descubren que se trata de Camilo Cienfuegos, Pancho González y Pablo Hurtado, que han llegado a ese lugar caminando casi paralelamente a ellos. El grupo se refuerza con hombres y fusiles.
La jornada se repite a la noche siguiente, ahora junto al mar. La terrible diferencia es que cada vez sus energías son menores. El día 10 no pueden continuar en esa dirección. Se los impide el farallón de Boca del Toro. Tuercen rumbo un poco al norte y descubren una casa. Se discute si deben llamar o no a la puerta. El Che no está de acuerdo. La vivienda le parece demasiado buena, como la de un campesino de posición acomodada.
Se comisiona a Benítez para que se acerque, pero cuando se aproxima descubre a un grupo de soldados. Los expedicionarios ignoran que se encuentran allí desde que dos días atrás han asesinado a ocho de sus compañeros. Es la casa de Manolo Capitán.
Se alejan apresuradamente por dentro de los arbustos hacia el farallón. Se esconden en una cueva. El agua les escasea y sienten al enemigo cerca. Hasta ahora no tienen ninguna información de lo que está sucediendo. Llevan cinco días caminando con los nervios en tensión y los fusiles preparados.
El día 13 llegan exhaustos a la casa de Alfredo González, en la loma de Regino. El campesino los recibe y les brinda alojamiento. Comen hasta que les hace daño después de ocho días en los que sólo han ingerido alguna que otra muela cruda de cangrejo. En la mañana varios campesinos de la zona acuden curiosos a ver a los expedicionarios. Ofelia Arcís prepara una caja de dulces y tabacos, y sube hasta el alto desde Las Puercas. Los combatientes ofrecen un aspecto deplorable, con las ropas raídas y las tensiones de once días incrustadas en el rostro barbudo. Ofelia comienza a llorar. “Denle una tacita de café, que ella se ha emocionado al vernos”, dice el Che.
Esa noche Ofelia, junto con su hijo Ibrahim Sotomayor, Rubén Naón y Argelio Rosabal, traen ropas para vestirlos de campesinos y así poderlos sacar. El lugar en que se encuentran no es seguro. Pablo Hurtado queda en la casa de Alfredo. Está enfermo y no puede caminar. Los expedicionarios esconden allí las armas. Camilo se traslada a la casa de Ibrahim, y Ramiro y Benítez a la de Ofelia. El Che, Almeida, Chao y Pancho González se esconden en la casa de Argelio Rosabal, en El Mamey.
En la mañana del día 14, Alfredo González llega a la bodega de Juan Peña en Corcobao. Juan se da cuenta de que viene nervioso. “Yo quiero hablar con usted”, le dice Alfredo. “¿Qué te pasa, muchacho?”. “Que ayer llegaron a la casa siete de los hombres que desembarcaron, y me han dejado a uno y todos sus rifles ahí, y yo no sé qué hacer. “¿Tú no se lo has dicho a más nadie?”. “No, yo no se lo he dicho a nadie”. Pero Alfredo antes ha hablado con Ramón Torres y este le avisa al Ejército. A las tres de la tarde ocupan la casa de Alfredo, recogen las armas y sacan de la cama a Pablo Hurtado.
Ofelia, que se ha enterado de la situación, corre a avisarle a su hijo Freddy para que saque a los tres combatientes a lugar seguro. “No te preocupes —le contesta el hijo—. Los saqué a mediodía en punto y nadie los vio. Camilo está escondido en el pozo ciego y Ramiro y Reynaldo debajo de los bejucos de guaniquique”.
El día 16 Guillermo García se reúne con el grupo de Almeida en la finca de Rosabal y los traslada a La Jita, finca de Carlos Mas en Palmarito. El grupo de Camilo recibe un mensaje de Almeida en el que les dice que deben reunirse en la casa de Carlos Mas.
Salen de noche. Jesús Naón les sirve de guía. Al llegar a la carretera temen que los guardias los vean y pierden el rumbo. Llegan al Alto del Mamey. Al fin, el día 18 se reúnen todos en la casa de Perucho Carrillo. Varios campesinos de la zona les brindan ayuda. Los contactos están hechos para trasladarlos a Purial.
Al anochecer del 19 emprenden el ascenso de las lomas hacia la finca de Mongo Pérez, guiados por Carlos Mas, Jesús Naón, Eustiquio Sosa y Ricardo Pérez Montano. Se detienen al llegar a la carretera de Pilón. Almeida cruza y se queda en el borde para proteger a los demás. Van por un camino entre Las Cajas y las estribaciones de la Sierra. Llegan a la loma del Café. No encuentran el guía que se supone ha mandado Crescencio y pierden unas horas.
En la madrugada del 21 de diciembre llegan al Purial. Fidel y Raúl están allí desde hace varios días. Dieciséis combatientes se encuentran en lugar seguro, dispuestos a iniciar la etapa decisiva de la lucha.
¡Ahora sí ganamos la guerra!
El 19 de diciembre transcurre jubiloso en la finca de Mongo Pérez en Purial de Vicana. El día anterior se han reunido los grupos de Fidel y Raúl. “¡Ahora sí ganamos la guerra!”, exclama Fidel cuando ve llegar a los combatientes del grupo de Raúl con sus fusiles. Hacen planes, comentan sobre las vicisitudes pasadas, se cuestionan sobre el destino de los demás expedicionarios.
Al día siguiente pasan a un cañaveral cercano a la casa. Llegan informes sobre el Movimiento en Manzanillo. Se han perfeccionado los enlaces y la red de información en la zona. Conocen de cualquier incidente que pudiera ocurrir en los alrededores. Esa noche se trasladan a un cafetal. Por la madrugada reciben la noticia de que ha llegado un grupo que hace unos días esperan: Almeida, Camilo, Che, Ramiro Valdés, Benítez, Pancho González y Rafael Chao. Vienen extenuados después de una larga jornada desde la finca de Carlos Mas. El Che sufre un ataque de asma.
Llegan de Manzanillo Rafael Sierra y Enrique Escalona con dos muchachas. Una de ellas es hija de Mongo Pérez. Traen 300 balas de ametralladora, nueve cartuchos de dinamita y otras municiones que envía el Movimiento. Por la tarde los combatientes están en la loma de la Nigua cuando de pronto Fidel da una orden: “¡Estamos rodeados de guardias! ¡Ocupen posiciones para combatir!”. Los hombres se despliegan hacia distintos puntos. Pasa un rato, pero no ven venir persona alguna. Nada se mueve. Más tarde descubren que Fidel ha dado una falsa alarma como entrenamiento.
En la noche parte Faustino con los compañeros que han venido de Manzanillo. Lleva la misión de organizar el trabajo del Movimiento en la Isla. Sale vestido de carbonero por la carretera de Campechuela. El día 24 está en Santiago de Cuba. Allí sostiene una reunión con Frank País, Armando Hart, Haydée Santamaría, Vilma Espín y María Antonia Figueroa. Les comunica instrucciones expresas de Fidel de apoyo a la lucha en la Sierra. Mientras tanto, los combatientes se preparan para salir de la zona. Han preparado mochilas de saco para poder llevar en las manos solamente el fusil. Se han provisto de hamacas, ropa, botas y otros artículos necesarios para la vida en la montaña.
El día 25, después de firmar un documento que expresa la voluntad de lucha del grupo, parten a las 11:00 de la noche, desechando los caminos para evitar emboscadas. Se dirigen hacia las zonas más altas de la Sierra. En días posteriores se les unirán otros combatientes, Guillermo García, Crescencio Pérez y sus hijos y un grupo que envía el Movimiento de Manzanillo, que aportan el refuerzo más numeroso en armas y hombres.
La columna guerrillera, con Fidel al frente, avanza por el firme de la Maestra. En todos los combatientes queda como experiencia la derrota de Alegría de Pío. De ahora en adelante todo será victoria. Ha concluido la epopeya del Granma. Comienza ahora la mayor, más ardua y prolongada: la epopeya final de la Sierra.
Fragmentos del trabajo publicado en BOHEMIA el 3 de diciembre de 1976.