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Un país en permanente resistencia

Los que abrazamos las ideas de Martí y de Fidel hemos hecho de la unidad la clave para enfrentar y vencer todo intento –interno o externo– de dividirnos y doblegarnos. Foto: Ariel Cecilio Lemus
Los que abrazamos las ideas de Martí y de Fidel hemos hecho de la unidad la clave para enfrentar y vencer todo intento –interno o externo– de dividirnos y doblegarnos. Foto: Ariel Cecilio Lemus

Data: 

28/03/2021

Fonte: 

Periódico Granma

Autor: 

Desde que los españoles llegaron por primera vez a nuestro archipiélago, en 1492, hasta el día actual –pasando, por supuesto, por la usurpación estadounidense de la independencia nacional, la etapa neocolonial y la defensa de la Revolución, por seis décadas, con «uñas y dientes»– Cuba sido una referencia colosal de resistencia.
 
El cubano se ha caracterizado por «tener bien puestos los pantalones», afirmaba mi padre, campesino con apenas cuarto grado, pero «sabio» en eso de filosofar sobre la vida. La historia quiso que este país pariera a un José Martí Pérez y a un Fidel Castro Ruz.
 
La Mayor de las Antillas aprendió el valor del internacionalismo tan temprano como en 1868, cuando un dominicano patriota, Máximo Gómez, dirigió y combatió con las huestes mambisas en la lucha contra el yugo de España. También bebió del ejemplo de aquel joven estadounidense, Henry Reeve, que a los 19 años dejó su nación para unirse a la causa emancipadora cubana y convertirse en general de brigada del Ejército Libertador. El contingente de médicos cubanos que presta su labor solidaria en decenas de países, se honra con llevar su nombre.
 
La historia nos recuerda que nuestra Isla inmensa –convertida en neocolonia del vecino del Norte, cuyas intenciones peligrosas Martí advirtió– vivió años de verdadero infierno, de despojo de la soberanía, de robo de los recursos, de regímenes crueles que sabían muy bien lamer la bota del imperio que les pagaba para expoliar el país.
 
Fueron décadas oscuras, sin una vida digna, y donde lo mismo se observaba a un marinero yanqui encaramado, orinando sobre la estatua de Martí en La Habana, que a un ejército de soldados haciendo de Caimanera centro de prostitución, contrabando, drogadicción y vicios, a la vera del territorio usurpado en el cual instalaron la funesta base naval en Guantánamo.
 
Fueron años –siglos diría– donde proliferaban el analfabetismo, la insalubridad, las enfermedades que no se curaban porque faltaban médicos, centros de salud y medios para enfrentarlas.
 
Pero también, años en los que se formaba la conciencia de una juventud que luego protagonizaría un «asalto al cielo», para devolver a Cuba su dignidad, su soberanía y su grandeza natural.
 
Quienes encabezaron las nuevas batallas, conocían la obra de Martí, la entereza de Maceo y la hidalguía y agudeza estratégica de Gómez. Fueron aquellos los artífices de la escuela militar, organizativa, política y ética, que siguieron en cada combate, ante las no pocas adversidades, o cuando la victoria parecía más difícil.
 
Un hombre extraordinario, genio político y militar, Fidel Castro, supo impregnar, con su valor, su intransigencia revolucionaria y convicción en el triunfo, la seguridad de que la única alternativa era la lucha armada para hacer de Cuba un país libre y soberano.
 
Llamó a su gesta guerra de continuidad, de las batallas mambisas, del sacrificio de todos los revolucionarios que, en la seudorrepública, lucharon contra gobiernos entreguistas.
 
El 1ro. de enero de 1959, con las armas en ristre y la unidad como bandera, los barbudos guiados por Fidel bajaban de la Sierra y emprendían lo que el líder calificó como la batalla más difícil: hacer perdurable la Revolución.
 
Transitó entonces la nación por continuos momentos de peligro. Enfrentó enemigos, internos y externos. Venció a invasores. Lloró a hermanos caídos en ataques terroristas. Perdió a grandes hombres de la Sierra y del llano; a Camilo, por ejemplo, de quien aseguró que, desde entonces, en Cuba habría muchos Camilo, salidos de las aulas donde fueron formados para seguir el ejemplo del Comandante del sombrero alón. Se dolió mucho cuando cayó el Che, en Bolivia, pero lo mantuvo vivo en ese compromiso nacional que exclaman los pioneros, de ser como él.
 
Han sido años en los que no se ha descuidado ni un segundo la gran batalla por la unidad de las fuerzas revolucionarias junto a todo el pueblo.
 
Apenas era mayo de 1963, y enviaba Cuba su primera brigada médica a Argelia, en lo que fue el inicio de la más grande obra humana: la solidaridad internacional.
 
Fueron años en los que, como resultado de las ideas de Fidel, siguiendo la enseñanza de Martí, se creó el Partido que unificó las diversas agrupaciones políticas que, de una u otra forma, acompañaron el bregar revolucionario. Un solo Partido, portador de la bandera de la unidad, como premisa para aglutinar a todo el pueblo a su alrededor.
 
Se constituía un Partido único, como lo había hecho José Martí el 10 de abril de 1892, cuando creó el Partido Revolucionario Cubano, sobre el cual el Apóstol había adelantado la idea de que solo a través de una organización así podía dirigirse la lucha emancipadora del pueblo.
 
Hoy esta tierra inmensa, heroica, digna y solidaria, puede sentirse orgullosa de que el ideario martiano, enarbolado por Fidel cuando asaltó el Moncada, tal cual recoge en su alegato conocido como La historia me absolverá, se ha convertido en realidad. Tenemos un solo Partido, la unidad como bandera y el vínculo con el pueblo como principio.
 
Orgullosos y comprometidos, los que hemos abrazado las ideas de Martí y de Fidel, militando en el Partido o en las organizaciones de trabajadores, de jóvenes, de mujeres y de pioneros hemos hecho de la unidad la clave para enfrentar y vencer todo intento –interno o externo– de dividirnos y doblegarnos.
 
Cuba viva seguirá construyéndose con la guía de un Partido, conductor de un proceso de continuidad en el cual Fidel está presente cada día y en cada obra.