Poemas

Yo no soy Fidel

I

Jamás tuve lugar alguno en la tierra.
Marinero del infierno que vuelve a cumplir
Su penitencia sobre montañas de hielo.
Soy todos menos uno. Tengo un nombre en la punta de la lengua, a punto de caer.
Vivo y bebo como todos menos uno.
Amo y muero sí; no como Aquel al que doblaron los troncos superpuestos,
Los clavos, la lanza intercostal.
El uno sobre todos.
El que no cesa de soñar sobre esta oscuridad perpetua,
Sobre este crujir de alas cayéndose,
Sobre este manicomio de humedad,
Sobre este museo de sangre,
Sobre este huracán de blasfemia,
Sobre este circo de esperma,
Sobre este trilher de holocausto.
Sobre esta inútil parodia.
Pero no he venido a cantar salmos. A navegar sobre una gota de rocío.
Simplemente a ocupar mi lugar en algún libro no escrito todavía.



II

Yo soy el que llora y también el que ríe.
El que alumbra con una linterna directo a los ojos profundos,
El bestiario universal, el ángel destronado por una mujer y un suicidio.
Bruja que no encuentra las palabras para romper el hechizo.
Bitácora, Erario, translúcido demonio que toca los tambores en memoria de antiguos soles y guerreros de piedra.
Animal que se desata cada noche para ladrarle a la luna.
¿Quién anda por ahí?
¿Por qué no sale de su silencio ahora que todos han venido a escuchar la cátedra de la lluvia?
¿Por qué no viene despacio entre las voces de los muertos que aún sangran?
¿Por qué no asoma, por qué mierda no asoma todavía?
Esta lesión del alma es mi resaca.
Siento las cicatrices pasadas, los rasguños, el tedio a vivir en la hecatombe.
Debe ser porque fui.
Debí ser Caín y soy Abel, muerto de lluvia y deserciones.
Debí ser el tigre chorreando sangre de su víctima y soy el venado que se resiste a expirar en las fauces del león.
Debí ser un monje célibe y soy el amante que sueña con su mujer incrustada en la luz tenue del camastro.
Debí ser el traje de luces que recibe vítores y soy el toro suicida que no encuentra explicación a tanto alborozo.
Debí ser la partitura del sinsonte y soy la terrible constatación de un lánguido silencio.
Debí ser el que enciende un cigarro con el sol.
Y soy el que se fuma el tiempo. Pero no olvida.



III

Lejos del mar, este infausto suceder me aflije.
Intento atrapar un hilo de luz para bañarme de estío.
Ah, Vida mar, Avida mar, Ah, Vidamar.
¿Cómo escapar de esta guerra hermanos de muerte?
Ya no soy el mismo que tus ojos vieron, pálido y sereno.
Angel que equivocó el infierno, atravesando la ciudad en ruinas.
Demonio que busca unos labios de mujer
Un pájaro de agua obsesionado con tus ojos.
Eras tú la que vino anoche cabalgando sobre un potro de cristal que se desbocó en mi pecho.
Tú, gaviota de ceniza y amapólvora. Guerrera de la luna que cae detrás de los copales como un escapulario de sangre y de señuelos.


IV

Cierro la puerta. Detrás queda la luz de Hemingway
Atrapada en una mesiánica danza de lagartos.
Los ojos ya no ven sino cenizas. El odio que cae desde ayer es el telón que toda la envidia de los enanos no pudo acuñar.
Yo nací en silencio. Tú también. Con un aguacero terrible en los tejados del alma.
Hay días en que quisiera huir de esta isla. Volar  en parapentes para escribir un poema en el viento.
Oir la voz del sinsonte desafiando al huracán. El anguila cayendo en sesgo sobre la presa vista.
Dejar de ser el ciego que huye de su propia luz y que abre la puerta para tropezar con su sombra.



V

En el azul, adentro del verde, encima del gris,
Algo hay de mí que no encuentro. No es mi delito buscar ¿o sí?
Furioso, el mar se estrella contra mí. Hunde mi cabeza en la sal  y luego,
Sin encontrarme, sin saber, sin entender, repliégase para el próximo golpe.
Pero, ¿qué buscas, Fidel, lobo marino, visceral, ubicuo?
Acaso una mujer que sueña hacer el amor
Con los marinos que se apean del mar para beber vino en toneles y olvidar los tatuajes, las tormentas, la Osa Mayor.
Porque el mañana no existe para los marinos en tierra.
Alguien debe pagar por todos estos errores.
Alguien debe entender tanta búsqueda inútil.
Alguien debe cantar.
Yo siento el aroma de su boca.
Vida es alegre como el trigal y como los juncos, alegre.
Como la tigra es ágil, fulgurante, ruda.
Alguien la sedujo,
Alguien marcó su cuerpo con el frío de las constelaciones áridas,
con el fuego de los volcanes, con el brillo del acero, con el castañetear del rastrillo.
Alguien dibujó su rostro donde el amor no ha dejado huella sino la rabia.
Alguien debe pagar por todos estos suplicios. Alguien debe entender tanta desolación. Alguien debe morir cantando. Alguien debe pagar por mi silencio.
Fui expulsado del paraíso que encontré en el infierno.
Había uno, lo juro. Juro por todos los santos de hielo que había uno.
Un infierno verde en el paraíso gris.
Un minuto de silencio, por favor, os ruego:
Alguien me está matando y no es posible oir con tanto ruido
El rasgado profundo que produce la muerte.
¡Cómo cruje mi cuello! ¡Cómo rompe mi nombre! ¡Cómo exprime mis venas¡ ¡Cómo estiran mis barbas! Ay, ¡cómo escupo sangre! ¡Cómo lluevo! Haced silencio…
Ay, callad hijos de puta necios intestinales cerdos de las doncellas de la noche. Alguien me está matando y no es posible huir. No quiero huir. No puedo. Con tanta hipocresía y con tanta bilis.
Hay un paraíso absoluto en el infierno relativo.
Tanto asesino suelto. Tanto ladrón de ideales. Tanto tanto.
Dónde están los héroes del silencio. Dónde está el honor de los caídos.
Dónde está la gloria de los muertos.
Si aquí hay sólo lluvia y cenizas. Soledad y barro. Estruendo y furia.
Dónde está la gloria de los caídos:
La tierra entera responde: En las estrellas de los asesinos del norte.


VI

Yo soy el mudo testigo de tanto camino.
De mi búsqueda respondo yo: que nadie abra su boca para soltar veneno.
Hay dioses que no toleran las palabras.
Pequeños dioses de barro que comen plantas y animales.
Pero ellos son incomibles, producen disentería.
Ebrios dioses de las ciudades de hielo. Ebrios asesinos de pájaros. Ebrios sexuados de la miseria y el desenfreno.
Soy el ciego testigo de tanto camino.
Aún tengo el olor de tu piel que me ha traído el viento esta mañana.
Hay un piano petrificado entre la sal y la arena,
Donde suenan los graznidos de una misa salvaje.
Puedo oírlo claramente en esta noche temible: tanta música no puede ser inútil.
Escuchadlos: son violines que ovacionan a la muerte.
Plumas que se estrellan contra el sol y los aviones.
Peces que se ahogan en los diques de la memoria.
Venid aquí, poned vuestro corazón en este oído que sangra. No ha sido inútil toda la música dada. Abrid vuestras orejas y recibid este río de luz inconclusa.
Soy el ciego que canta sin piedad, sin concesiones.
Pero haces falta tú y aquél. Este canto no es sólo mío. Nunca pude hacerlo solo.
Ni bajar a las montañas ni subir al mar.
Para reír y para llorar conté contigo. Para morir también.
Tú me has rescatado de esta playa lejana donde vienen las ballenas blancas a desovar gaviotas… Tú me has salvado. Ahora dime:
La mujer que tú amas ¿me ama? La casa que habitas ¿la construí yo?
Tú pruebas los frutos del árbol que yo he sembrado;
Soy el semen sin tiempo ni espacio.
Semen que suena como un río furibundo y que estalla como un volcán de oro, y diamantes, y esmeraldas y rubíes….


VII

Vengan las máscaras a esta hoguera de cilicio.
Vengan los músculos que cimbran bajo su propio miedo.
Los dientes que remuerden la venganza. Los ojos que dictan el paso a seguir.
Las manos que se alzan con guacanco. Soy el istmo que los une. La palabra que revela. El santo y seña.
Detrás de mí sólo quedan las farolas humeantes de la luna que agoniza, que trashuma.
¿Quién osará advertir a mis enemigos que he llegado?
¡Sean los sacrificios a la luz de los estambres!
Vengan los timoratos a ser hombres.
Nobles guerreros que sólo entierran la cara bajo las estrellas.
¡Izad la bandera de Vida ante la muerte!
La poesía salga de su madriguera y muestre sus dientes y muerda.
Y muerdan los poetas el atlas, la de, el horizonte.
Ya no hay tiempo para mentir. Ni hay tiempo.
¿Dónde está el asesino de Dios, los asesinos?
Traedlos a esta isla después que escampe.
Haced que se suiciden con su propio embuste.
Que estornuden con su propia gloria.


VIII

Ahora vas a verme reír bajo la tormenta verde que los dioses del uranio han derramado.
Vas a verme reír como un loco acorralado por la ceniza de los volcanes.
Vas a verme pasar sobre los caballos del Tiempo asido a las riendas de los huracanes.
Fue la lluvia la que me trajo a ti.
Fueron el viento y la sed cabalgando sobre lo fatal de este siglo.
Yo no quiero llorar por tanto muerto. No llores tú.
Deja  tus lágrimas para la tierra fecunda.
Coge a tus vivos. Y andemos.

Autor: