Fidel es Cuba
Cuatrocientas trece anécdotas recoge el libro Así es Fidel, una recopilación de historias conocidas o pedidas especialmente para la obra por su autor, el maestro de periodistas Luis Báez, quien tuvo la oportunidad única de acompañar como reportero de prensa al líder histórico de la Revolución Cubana durante décadas.
El libro, publicado en 2009 por la Casa Editora Abril, encierra, expresa el escritor, «un sinnúmero de anécdotas, episodios y vivencias de todos los que de alguna manera han estado en compañía de uno de los estadistas más excepcionales de todos los tiempos».
JR les ofrece una pequeña selección de anécdotas contadas por deportistas, científicos, artistas e intelectuales, políticos y gente del pueblo que retratan a un hombre único del que la mayoría de las cubanas y cubanos tenemos historias que contar porque para todos fue alguien muy cercano.
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Aprendí la lección
Una madrugada del año 1967, los miembros del equipo juvenil jugábamos baloncesto en el coliseo de la Ciudad Deportiva de La Habana contra el equipo del Comandante en Jefe.
Fidel va a la ofensiva con el balón, yo lo enfrento por un cambio del hombre que viene con él. Amaga hacia la izquierda, me cargo hacia la derecha y él ataca por ahí mismo, comete falta y cae al piso. Yo me puse muy nervioso, mas él, sin inmutarse, pide que lo ayude a levantarse; lo hago y me pregunta:
—¿Qué pasó?
Entonces le digo que él siempre amaga por la izquierda y ataca por la derecha.
A partir de ese momento comenzó a embestir por las dos manos. Al terminar el partido, me expresó:
—Tú tenías la razón: aprendí la lección. (Juan Carlos Domecq Portuondo, atleta cubano de baloncesto)
Un verdadero lobo marino
Recuerdo con cariño que el Comandante en Jefe Fidel Castro se interesó mucho por las condiciones materiales que yo tenía para la práctica de mi actividad deportiva.
Él me dio una muestra impecable de conocimiento sobre equipamientos de buceo y pesca submarina, pero lo que más me cautivó fue que se preocupó por si yo tenía o no lentes blandos, utilizados para descender a grandes profundidades. Dichos lentes apenas habían salido al mercado internacional y solo se localizaban en ópticas muy selectas en el sur de Francia. Eran sumamente costosos y los únicos portadores de los mismos eran apneístas recordistas mundiales del momento. Sin embargo, el Comandante me ofreció una explicación minuciosa en relación con el material con que estaban hechos y para qué servían.
Yo ya los tenía porque me los habían facilitado los sponsor, pero no los utilizaba con frecuencia, porque me impedían una concentración óptima.
Entonces Fidel se rió mucho cuando le conté que aunque los poseía prescindía de su empleo, porque para mí lo más importante era la concentración, y que no quería portar nada que me proporcionara molestias e inquietudes.
Luego le comenté que no bajaba hasta los cien metros a observar nada, más bien lo hacía para mirarme por dentro, que era lo que yo llamaba «inmersión al alma».
Fue un encuentro lindo, simpático, marino. Tuvo un efecto muy particular en mi persona, porque cuando fuimos presentados sentí el nerviosismo que solo un hombre tan grande como Fidel es capaz de transmitir. En cambio, luego de cinco minutos charlando con él, casi olvido que era nuestro Fidel a quien tenía frente a mí. Parecía que hablaba con un verdadero lobo marino, un gran conocedor del océano y sus criaturas.
Aquella resultó una experiencia única y trascendental para mi vida. (Deborah Andollo, atleta cubana de inmersión en apnea)
Me las autografió
Cuando regresamos de Venezuela después de jugar contra el equipo de Hugo Chávez, yo traje algunas pelotas que había conservado para que el Comandante en Jefe me las firmara. Así se lo pedí, y él me confesó que eso de firmar pelotas era una de las tareas más difíciles en la vida. No obstante, me las autografió. (Rey Vicente Anglada, atleta cubano de béisbol)
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La inversión
Se trataba de una inversión importante: la planta de hemoderivados. En ese momento me correspondía atender la Salud Pública desde la instancia partidista.
La responsabilidad por la preparación y presentación de la propuesta era del ingeniero Díaz Vallina, en ese momento viceministro del Minsap, a cargo de la industria farmacéutica.
Vallina era conocido por su capacidad y eficiencia en el manejo de su responsabilidad, y por mi parte tenía plena confianza en su destreza para exponer esa propuesta.
El único problema consistía en que la presentación se le haría directamente al Comandante en Jefe, y para ello, ya lo sabíamos, no habría preparación suficiente.
El Viceministro comenzó su exposición, que iba encaminada a demostrar dos objetivos fundamentales: la necesidad impostergable que tenía el país de procesar la enorme cantidad de donaciones de sangre que nuestro pueblo aportaba para la salud pública, y la rentabilidad, a corto plazo, de esa inversión.
En cuanto al primer aspecto, no hubo discusión, el Comandante nos dio muchos más argumentos sobre la necesidad de la inversión que los que llevaba el Minsap; el segundo fue harina de otro costal.
Vallina desplegó una ingeniosa y complicada cadena de equivalentes en dos planos: las unidades de donaciones convertidas a gramos, estos trasladados a unidades de albúminas y globulinas y estas últimas a dosis de aplicación médica y, por otra parte, el costo unitario de extracción, procedimientos y de mercado.
Como podrá suponerse, la cantidad de números derivados de este análisis era muy grande, aunque razonablemente secuenciado hasta el final.
Para mi apreciación, todo estaba muy bien presentado bajo un análisis riguroso; entonces comenzó Fidel a preguntar, y de pronto aquella argumentación que parecía tan sólida se convirtió en un frágil andamio sin casi sustento, pues el Comandante comenzó de atrás hacia adelante a convertir precios en costos y costos en dosis y las dosis en gramos y los gramos en unidades, todo sin utilizar una anotación, sino una memoria y una capacidad analítica sorprendentes, que nos dejó atónitos a todos, y a Vallina sin palabras. La sesión se cerró con el acuerdo de una nueva presentación.
En la sesión siguiente las preguntas fueron respondidas y la inversión se aprobó definitivamente. (Julián Álvarez, científico cubano)
Batas y botas nuevas
En diciembre de 2002 viene a nuestro país Andrea Mitchell, conocida periodista y comentarista de la cadena de televisión norteamericana NBC–NEWS.
El día 12 de ese mes visita las instalaciones del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología el compañero Fidel en compañía de la referida periodista. Reciben por parte nuestra una pormenorizada explicación del trabajo que desarrollábamos y de los resultados hasta esos momentos. Acto seguido visitamos algunas áreas del Centro, entre estas una unidad de trabajo para microbiología. Como establecen las prácticas en estas áreas, para poder entrar en dicha unidad es requisito que las personas deben cubrir sus ropas personales con batas de laboratorio, y sus calzados con botas de tela del tipo de las que utilizan los cirujanos para entrar en el quirófano. Tanto las batas como las botas eran nuevas, recién confeccionadas. No hubo dificultad con la bata, pero cuando el Comandante quiso cubrir sus calzados con las botas de tela, estas resultaban pequeñas, y su tamaño no permitía que el calzado pudiera ser cubierto. De inmediato, me enfrasco en la tarea de tratar de descoser parte de las costuras de las botas para que cumplieran con su función. Por mucho esfuerzo que realicé empleando todas mis fuerzas no fue posible lograrlo, aquellas botas nuevas tenían una costura reforzada. Finalmente, fue necesario emplear una cuchilla para conseguirlo. (Luis Herrera, científico cubano)
Deberían hacer ejercicios
En abril de 1988 estaba por inaugurarse en el hospital Pando Ferrer la microcirugía ocular. Hacíamos un recorrido por el Centro y Fidel conversaba con todos los trabajadores.
Dos de ellos eran voluminosas oftalmólogas. De pronto, al llegar a la segunda planta donde serían los vestidores del flamante salón de operaciones, me tomó por el brazo, se les escurrió a los escoltas, cerró la puerta y yo dije para mí, ¿qué barbaridad habrá pasado o qué habré dicho?, entonces me dice con voz muy baja: «Oye, esas dos compañeritas, ¿no están un poco gorditas?. Deberían hacer ejercicios». Suspiré tranquilo y me dije: en qué detalle no se fijará él. Ya estaba velando por la salud de estas doctoras. (Marcelino Río, oftalmólogo cubano)
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Todo el respaldo al ballet
La primera vez que Fidel va a mi casa aún yo no había regresado a Cuba. Volvió en una segunda ocasión. Vino a comer en unión de Antonio Núñez Jiménez. Eran los primeros meses de 1959.
Cuando llegó se sentó en la terraza. Pasé una vergüenza terrible.
Sabía que le gustaban los ostiones y los mandé a comprar, pero no los encontraron. La persona que cocinaba se puso muy nerviosa. Comimos arroz con pollo. Fidel habló muchísimo. Conversamos de ballet, de lo que podía hacerse, de cómo debía desarrollarse. Me dijo que teníamos todo el respaldo del Gobierno revolucionario.
Al poco tiempo salimos de gira por América Latina como embajada cultural. Ya en el año 1960 se hace la Ley 812, que oficializa toda la ayuda al Ballet Nacional. (Alicia Alonso, prima ballerina assoluta)
¿Por qué me molestas con eso?
Tendría tantas cosas que contar de Fidel… pero quiero referirme a una experiencia en particular. No la veo como anécdota, sino como una historia con profundo peso político que revela el carácter íntegro y la modestia del Jefe de la Revolución.
Un día le dije:
—Comandante, yo me hice revolucionario por sus discursos, por sus acciones; como siempre he dicho, no me quedé así, de ram pam, porque mi ideología era pequeño-burguesa; me fui quedando por la manera en que vi su actuación, en que usted me dio múltiples lecciones de humanismo y de cómo debía ser un revolucionario, o al menos un hombre con ideas progresistas. En otras palabras, que no exactamente fue el marxismo-leninismo ni ninguna otra filosofía la que me hizo revolucionario, sino el ideario suyo. (Miguel Barnet, intelectual cubano)
El quijote
Con motivo de la toma de posesión de un presidente latinoamericano, Fidel decidió incluirme en la delegación que lo acompañaría, y al anunciar este hecho en un discurso me llamó, debido a mi triste figura, «el Quijote». Algún tiempo después, en una reunión en que también estaba su hermano Raúl, volvió a llamarme así, y Raúl terció para decir: «¿No te das cuenta de que él no quiere ser Quijote?
¡Quiere ser Cervantes!». (Roberto Fernández Retamar, intelectual cubano)
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Prepararse y estudiar idiomas
Una noche de septiembre de 2003 fui seleccionada, en unión de varios compañeros, para trabajar en una recepción que Fidel ofrecía en honor del presidente brasileño Lula, en el Palacio de la Revolución.
Al marcharse el invitado, el Comandante en Jefe se reunió con un grupo de nosotros. Se interesó en conocer nuestro centro de trabajo. Le dije que la mayoría laborábamos en el restaurante El Palenque.
El Presidente cubano conversó ampliamente. Hablamos de muchos temas, en especial de turismo. Nos hizo numerosas preguntas. Nos dijo que era necesario prepararse y estudiar idiomas y, sobre todo, conocer de nuestra historia.
Fidel antes de retirarse accedió a hacerse una fotografía con nosotros.
Fue un día inolvidable. (Adriana Rodríguez, trabajadora gastronómica)
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Era imposible acercarse
Conocí a Fidel en un encuentro por la autodeterminación y la solidaridad entre los pueblos, organizado en 1992 en La Habana. Yo no tenía plata y con lo que junté solo pude comprar un pasaje de ida. En Cochabamba, los organizadores (bolivianos) me dijeron: «Gasta nomás, que allá te van a devolver y te darán también tu pasaje de vuelta». Confiando en ellos, me fui, solo para conocer a Cuba y a Fidel. Llegamos, había alojamiento y desayuno gratis. Por primera vez entré al Palacio de Convenciones y estaba Fidel en el escenario. Era imposible acercarse. Me inscribí en la lista de oradores, esperé dos días para hablar tres minutos. No pude saludar a Fidel, pero lo vi a unos cien metros. A veces mi única comida era el desayuno gratis, después tomaba Tropicola. Luego vinieron los problemas para retornar: no había pasaje a La Paz; me consiguieron La Habana-Lima, y llegué allá con un dólar, que cambié a soles para pedirle ayuda a un dirigente de la Confederación Campesina del Perú, Juan Rojas, quien felizmente me prestó cien dólares para retornar a Bolivia. Me dijo en broma: «¿Cocalero y no tienes plata?». Ese dinero me sirvió para llegar a Cuzco y desde allí seguir en bus a Bolivia para llegar al Congreso de la Federación Campesina.
Me habían advertido que el camino, que todavía no estaba pavimentado, no era seguro en época de lluvias. Yo fui caprichoso y seguí: tardé una noche y un día. A cada rato el bus se plantaba y tenía que sacarme los zapatos para empujarlo en medio del barro. (Evo Morales, presidente de Bolivia)