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Porque ya no te sueltas de mi mano, Comandante

Abundio Sánchez labora como campesino en la zona de La Sierrita. Foto: Vicente Brito
Abundio Sánchez labora como campesino en la zona de La Sierrita. Foto: Vicente Brito

Fecha: 

02/12/2016

Fuente: 

Periódico Granma

Autor: 

Cuando Fidel le preguntó a Abundio Sán­chez Varona: ¿Y tú qué hiciste para ser el mejor obrero agrícola de toda Cuba?, el guajiro del Escambray le respondió con una frase que provocó risas en muchos de los asistentes: «Comandante —le dijo él—, yo trabajé como un caballo para venir hasta aquí».
 
Su primer encuentro con el jefe de la Revolución fue en una reunión de ganadería en La Habana, a propósito de una de las tantas emulaciones que Abundio ganó con el filo de su machete, primero como cortador ejemplar en decenas de zafras del pueblo, incluida la de los Diez Millones, y luego co­mo el célebre chapeador que inspiró pelícu­las enfrentado al marabú, las avispas o la soledad del potrero.
 
Abundio se había ido de fiesta por estos días con su guitarra debajo del brazo hasta la zona de Mota, un caserío rural de Fomento, a donde lo sorprendió la noticia de la partida del jefe. «Ahí mismo cogí la guitarra, la enfundé y se acabaron las canturías», confiesa el campesino de 72 años.
 
Lo dice y el pensamiento se le va hasta aquel otro encuentro en La Habana, cuando se ganó la Estrella de Oro que lo acredita como Héroe del Trabajo de la República de Cuba.
 
«Cuando estuvo delante de mí, enseguida me conoció, ¡tú sabes lo que es eso, con las ocupaciones que tenía Fidel y acordarse de un obrero agrícola! Yo llevaba la camisa llena de medallas, pero me había quitado una, me la eché en el bolsillo para dejarle un espacio, pero como él no vio ese vacío me preguntó: ¿dónde te la pongo? y le digo, póngala en el corazón, Comandante».
 
El último de los encuentros ocurrió el 28 de septiembre de 1996 en la Plaza de la Revo­lución Mayor General Serafín Sánchez Val­divia, en ocasión de la fiesta de la organización cederista, que le había concedido al líder cubano el Premio del Barrio.
 
«Me escogieron para ese homenaje a Fidel, fui hasta él así, con marcialidad, y le dije: “Comandante, lo felicito, le hago entrega del Premio del Barrio”; entonces él casi no me dejó terminar de hablar y me dice: “Tú te vas a quedar con ese Premio, pero lo cuidas, me lo conservas”, y aquí lo tengo, ahora voy a cumplir algo que me falta, ponerlo en una urna de cristal, para que dure toda la vida».
 
FIDEL SIGUE NACIENDO TODOS LOS DÍAS

El 25 de noviembre del 2016 vino al mundo Fidel Alejandro Acosta Ro­dríguez. Foto: Ronald Suárez Rivas

 
Noviembre 25 del 2016. En el bloque ma­terno del hospital Abel Santamaría de Pinar del Río, un equipo médico se prepara para traer al mundo a Fidel Alejandro Acosta Ro­dríguez.
 
Sus padres todavía no han decidido que ese será su nombre, pero los trágicos acontecimientos que marcarán el día, los motivarán a hacerlo.
 
«Nosotros siempre quisimos ponerle Ale­jandro, que era el nombre de guerra del Co­mandante, y combinarlo con Tomás, que es como se llama mi esposo. Sin embargo, al enterarnos de su muerte, optamos por ponerle Fidel, a manera de homenaje», cuenta Ma­delaine, la madre del pequeño.
 
«Para mí es un orgullo que mi hijo lleve el nombre del hombre que inició la Revolución y la condujo hasta aquí», dice.
La noticia, la sorprendió en la sala M-B, donde para seguir con las coincidencias, a Fidel y a ella les correspondió la cama 13, el número que recuerda la fecha de nacimiento del Comandante, en agosto de 1926.
 
Tras un embarazo complicado, que de­man­dó numerosos cuidados, Madelaine asegura que si hoy puede tener a su pequeño en brazos, ha sido gracias a todas las conquistas de la Revolución en el campo de la salud.
 
«Imagínese que llevo cuatro meses de in­greso, garantizándomelo todo el hospital, des­de las medicinas hasta las transfusiones de sangre que hubo que ponerme».
 
Además de llamarse igual que el líder histórico de la Revolución, Madelaine confiesa que hay otras cualidades del Comandante que quisiera que su hijo también tuviera: «Me gustaría que practicara deportes, que sea bueno, cariñoso, honesto. Que nunca defraude a su papá o a su Patria».
 
Lo dice con la tranquilidad de quien sabe que su pequeño viene al mundo en un país donde no hay nada más importante que un niño, en el que tendrá aseguradas sus vacunas y su escuela, y un médico que lo asistirá cuando haga falta, sin preguntar si sus padres tienen con qué pagar, porque aunque haya partido este 25 de noviembre, Fidel sigue naciendo todos los días.
 
LA EMOCIÓN MÁS GRANDE DE MI VIDA
 

Cada vez que observa las fotografías, Luis Raúl Rodríguez revive aquel encuentro memorable para él. Foto: Leydis María Labrador


La noticia del 25 de noviembre lo tomó por sorpresa. La incredulidad, y la sensación de profundo vacío, fueron sentimientos que el doctor Luis Raúl Rodríguez Pupo compartió con todo el pueblo de Cuba. Sin embargo, esta pérdida tuvo para él una significación muy personal, porque fue de los afortunados que pudo compartir un momento de su vida, con Fidel.
 
«A finales de 1979, me nombraron director del hospital provincial de Las Tunas, o más bien inversionista, porque todavía el centro no se había terminado. En ese periodo se aceleró mucho el proceso de ejecución de la obra. En mayo se decide que había que prepararse para la inauguración, el próximo 14 de junio, porque era una necesidad del pueblo.
 
«Teníamos una gran expectativa de quién sería la persona que inauguraría la institución. Sabíamos que sería un alto dirigente, incluso comentamos que podría ser Fidel, pero eso no lo teníamos claro. Cinco días antes me comunicaron que, efectivamente, sería él. Entre las tres o las cuatro de la tarde del día fijado llegó el Comandante en Jefe.
 
«Yo era muy joven en ese entonces y sentía sobre mí el peso de esa responsabilidad, pero él era un hombre que manejaba esas situaciones con mucha destreza. Era comprensivo, me interrogaba a mí y compartía las preguntas también con otros funcionarios, un poco para ayudarme.
 
«Caminamos todas las áreas. Él se impresionó mucho con el salón de parto, el de operaciones, la terapia intensiva que ya estaba montada, la fisioterapia y el departamento de radiología.
 
«Fidel pensaba en todo y se interesó mucho por la matrícula del politécnico de la Salud que estaba funcionando. Al Comandante le preocupaba la plantilla del hospital, la disponibilidad de personal. Incluso él le orientó al Mi­nis­tro de Salud que había que ayudarnos con es­pecialistas los cuales no llegábamos a 30 en todo el hospital».
 
«Al despedirse hizo algo que yo no esperaba. Muy gentilmente me invitó a subir con él a la tribuna, añadiendo que tal vez necesitaría de mi ayuda si se le olvidaba algo, pero como siempre sus palabras fueron magistrales, aunque el hecho de que me hiciera esa invitación fue un orgullo indescriptible».
 
La experiencia vivida aquel 14 de junio, aseguró este consagrado médico, lo acompañará por siempre, y cada vez que abra el álbum donde guarda celosamente la memoria histórica de esa fecha, será como revivir, una vez más, al Comandante en Jefe de todos los cubanos.
 
EN EL RECUERDO DE ENMA GAGO
 
El rostro de la pedagoga guantanamera Enma Gago Pérez, Heroína del Trabajo de la República de Cuba, reflejaba tristeza. «Desde la noche del pasado 25 de noviembre, prácticamente no he podido dormir, sabía que la salud de nuestro Comandante en Jefe era delicada, pero no estaba preparada para su muerte», comenta con palabras entrecortadas.
 
«A Fidel —agrega— lo conocí personalmente en 1996, en ocasión de un Congreso del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, la Ciencia y el Deporte. En esa oportunidad le entregué un cheque contentivo del aporte monetario por el Día de Haber de las Milicias de Tropas Territoriales. Recuerdo que me abrazó, y me inquirió sobre la importancia de los huertos escolares en la formación de los estudiantes primarios, tema sobre el que yo había intervenido en el plenario.
 
«Me preguntó cuál era la extensión del huerto de mi escuela y no le pude responder con exactitud. Al verme nerviosa me calmó con su acostumbrada delicadeza: Bueno, no importa, lo más importante es que los pioneros asistan al huerto, me dijo».
 
Rememora que en 1998, después de haber sido condecorada con la Orden Lázaro Peña de II Grado, el líder histórico de la Revolución, presente en la ceremonia, tomó la mano derecha de ella entre las suyas y dialogaron, junto a los otros laureados.
 
«En ese encuentro percibí el orgullo que sentía el Comandante en Jefe de estar allí, departiendo con los condecorados, que éramos trabajadores cañeros, de servicios comunales, cons­truc­tores, educadores… Se veía feliz, bromeaba con todos y nos invitó a cenar con él.
 
«Fue en un lugar llamado Campo Gua­ra­guao, en el estado Anzoátegui —evoca En­ma su tercer encuentro con Fidel—, él acompañado por Hugo Chávez, conversó con los 17 cubanos que estábamos allí, como parte de la Misión Educativa.
 
«He llorado mucho por Fidel estos días… Nadie como él nos enseñó a imponernos a las dificultades, por grandes que sean.
 
Ahora, nos corresponde continuar la obra de la construcción del socialismo en Cuba, iniciada por este hombre magno».